jueves, octubre 20, 2005

Justicia en femenino ante violencia en masculino

Interesante artículo de Andrés Montero Gómez, presidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia, del cual sigue un extracto.

El destacado en negrita es mío.

Aunque sus opiniones son discutibles en algunos aspectos, no deja de ser un muy interesante punto de vista

La justicia en violencia hacia la mujer no trata diferencialmente las agresiones, no las desiguala en plano jurídico a otras, simplemente califica un tipo específico de violencia que constituye un problema social. Los tipos penales se han agravado y los juzgados especiales se han articulado sobre lo que, en un porcentaje tremendo de los casos, representa una violación diaria y sistemática de los derechos humanos de miles de mujeres españolas. Esa violación se lleva a cabo por hombres.

La violencia femenina hacia el hombre no existe. No existe como problema social. Lo que se registran son casos individuales de mujeres que agreden a hombres. Por supuesto, punibles como agresiones en su tipología específica de violencia interpersonal. Desde luego, nada que refleje un problema social de dimensiones cuantificables.

Existen dos tipos de femicidas. Los hay que asesinan a las mujeres en vida, descuartizan su identidad, descomponen golpe a golpe su fisonomía y dejan marca indeleble en su memoria.
Después las dejan vivir, pero ya han matado algo de ellas. El otro tipo es el femicida que las asesina hasta la muerte. Como aquellos, los femicidas masculinos que asesinan hasta la
muerte mantienen a la mujer matándola lentamente bajo tortura. La han aislado, la han
humillado, la han sometido, la han asfixiado tratando de privarlas de humanidad. Después las
asesinan hasta la muerte.

La violencia masculina hacia la mujer está presente en todos los estratos socioeconómicos, en todos los tramos de edad, es independiente del nivel de renta o de estudios, del trabajo del agresor o de su víctima. Hace unos años, una investigación de la Universidad Autónoma de Madrid reveló que alrededor de un treinta por ciento de estudiantes universitarios, masculinos, ejercían algún tipo de violencia hacia mujeres universitarias, en su mismo rango de edad, con las que mantenían relaciones.

Con independencia del diagnóstico que en algún momento pueda establecerse para una persona en concreto, los agresores de mujeres no son enfermos. Estudios en muestras de agresores incursos en procesos judiciales demuestran que el noventa y cinco por ciento de los agresores de mujeres no sufren padecimiento o psicopatología que condicione su responsabilidad criminal por su violencia. En este sentido, cuando se realizan intervenciones terapéuticas no se llevan a cabo para curar ninguna enfermedad, sino para modificar el modelo mental y la conducta que sustentan la violencia en estos agresores.

Una agresión masculina contra una mujer nunca es un hecho aislado. La violencia contra la mujer se ejerce en un marco estratégico en donde el agresor utiliza el maltrato, psicológico en combinación o no con golpes y palizas, para anular y dominar a otro ser humano. El fin último es la posesión por sometimiento. Cuando se dan noticias de agresiones o asesinatos, existe siempre una historia de violencia que los precede y en los que se enmarcan.

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