martes, enero 07, 2014

He cambiado de nombre y de vida pero sé que él vendrá a matarme

Marta tiene 45 años pero nació hace siete. Desde aquella mañana de 2007 en la que el Ministerio de Justicia la parió entre algodones, vive en este mundo secreto e incógnito con otro nombre, otros apellidos, otra ciudad y hasta otro lugar de nacimiento. Su hijo y sus padres también se llaman de otra manera. Todos los papeles de su vida, los recibos de la luz, el gas, la Seguridad Social o el banco, las cartas del colegio, el sello del paro... Todo trae el nombre de Marta, ese bautismo al que anda todavía acostumbrándose. Marta es el primero de los pocos casos en España de cambio de identidad por riesgo extremo de violencia de género y ésta es la primera vez que una mujer cuenta su vida suplente en un medio de comunicación. Marta, que evidentemente no se llama Marta, es una mentira de verdad.
«Yo salgo a la calle y miro para todos lados.Hay padres de niños del colegio que se parecen a mi ex marido y cuando los veo me entran ataques de ansiedad. He vuelto a tomar ansiolíticos. Bueno, es que él... Él acaba de salir de la cárcel y me está buscando. Yo he cambiado de nombre y de vida, pero sé que viene a por mí, sé que la próxima vez que me vea será con una pistola en la mano. Sé que vendrá a matarme».
El crío ya se sabe mejor su nombre postizo que el otro. Era un parvulín cuando su madre le contó al juez la última paliza, aquella noche en que el tipo le ató la correa del perro al cuello y la sacó a la calle a pasear toda su violencia de macho. Igual la tila que le dieron en el juzgado le alivió la garganta violada.Estamos en algún lugar de España, lejos del clima en el que Marta vivió cuando tenía otro nombre, su nombre verdadero. Marta está cocinando un pollo al horno con una salsa invasora, un olor sabroso a paz que inunda la casa. Su hijo viene del cole con el hambre de los niños que incendian calorías en cuanto huelen tres metros de libertad por delante.
«Una de sus costumbres era apretarme con el cinturón o la correa hasta casi ahogarme. Yo aún no permito que nadie me toque el cuello, me pongo mala», dice Marta mientras se acaricia una cadenita tan holgada que casi le alcanza el escote.
La vida de Marta cuando no era Marta es un currículo de violencias impensables, un almanaque de insultos, puños, patadas y amenazas. «Me daba una paliza diaria, me llamaba puta, me amenazaba a mí y a mi familia... Me violaba todas las noches».
Y entonces un día, el de la tila y el juez, Marta denunció. La maquinaria le quitó de en medio al ogro. Pero las órdenes de alejamiento quebrantadas o la tarde en la que le detuvieron por acercarse de más y él, esposado, le hizo el gesto de cortarle el cuello, le regresaron a Marta el miedo.

Orden de alejamiento hasta 2019

La Policía calificó su riesgo de extremo y le hizo sombra. Sombra de abrigo. «Una patrulla estaba las 24 horas en el portal. Yo les avisaba de que iba a salir y ellos me acompñaban. Eso duró un mes. Luego, un policía me llamaba para preguntarme dónde estaba y cómo iba todo».
En un proceso largo, la Justicia fue probando en el agresor «violencia psíquica habitual», «amenazas» y «maltrato» sazonadas con un arsenal de katanas, hachas y navajas escondido en casa. Y lo envió a la cárcel. Siete años de condena sin salidas.
- Porque cada vez que le tocaba acceder a uno decía que iba a hacer una fosa y a meterme en ella.- ¿Y por qué no tuvo permisos?
Igual por eso tiene una orden de alejamiento... hasta 2019.
Marta sabía que su ex hombre tenía a punto la libertad y se exilió de sí misma. Hastiada del mundo de reojo en el que había vivido y al que habría de volver en cuanto él saliera de prisión, Marta cambió de ciudad. Cogió a su hijo y metió en la maleta algunos teléfonos de gente nueva que le ayudara a una vida nueva.
Pero pasado un tiempo, en su lugar reciente, le dijeron que alguien en nombre del tipo andaba preguntando por ella, que iba con una foto suya y del niño queriendo saber...

¿Y si cambias de identidad?

La abogada de Marta se bebió la modificación del artículo 58 de la Ley de Registro Civil y del 208 del Reglamento que el Gobierno deZapatero aprobó en febrero de 2007 para casos de violencia machista y empezó a inventarse otra mujer.
Y en noviembre de aquel año, tras meses de papeles, pruebas y declaraciones, con los nervios de una vida por estrenar, Justicia cambió a Marta y a su hijo la piel: «Queda acreditado que se trata de un supuesto de violencia de género y que existe un riesgo para la integridad física de ambas personas (...). Con el fin de que el agresor no pueda descubrir sus nuevas identidades, se acuerda la práctica de inscripciones ficticias no referenciadas con las antiguas (...). El título registral deberá ser custodiado por el juez como archivo reservado, personal y secreto». Tras esas comillas, dos nombres y cuatro apellidos distintos, canjeados, inéditos.
Todas las cosas que Marta tenía a su nombre cuando no era Marta han mudado de dueña nominal, aunque quien las siga pagando sea la misma de antes. Y todo lo que ha comprado y ha firmado desde 2007 descansa en su identidad nueva.Un año después, un juez de la ciudad de origen de Marta decidió también cambiar en el Registro el nombre de sus padres, una inscripción nueva y tan protectora que incluyó una orden: «... Sin hacer referencia alguna al matrimonio de los padres».
- Mira, mira mi DNI.
Ahí está, junto a su foto de pelo alborotado, un nombre, un primer y un segundo apellidos distintos. Y un lugar de nacimiento diferente. Y unos padres escritos como otros...
Aún hay días que a Marta le cuesta darse la vuelta cuando la llaman Marta. «A veces oigo ese nombre y tardo en reaccionar. Imagina estar 40 años llamándote de una forma y ahora entender que eres otra. Yo he cambiado mi nombre en todo: el recibo de la luz o el teléfono, el médico, el banco y el cole del niño. No hay ni un rastro de mi antigua identidad en ningún sitio, y eso me tranquiliza porque a mi ex marido le pone muy difícil encontrarme. El cambio de identidad es una seguridad para mí y para mi hijo. Y porque no puedo cambiarme de rostro que si no...».
Marta ya no lleva escolta policial, pero tiene dos guardianes: «Mi cambio de identidad y mi perro». «Si veo venir a mi ex marido, le echo encima al perro. Así yo salgo corriendo y por lo menos me puedo esconder».En su casa Marta es una. En la calle, otra. En el asfalto de esta ciudad distinta, Marta es una mujer atenta, una cara pendiente del mundo. Lleva un teléfono GPS gestionado por la Cruz Roja, un artefacto que la localiza en cuanto lo pulsa, pero que puede no llegar a tiempo si un día ella se topa con el verdugo de su pasado.
Casi nadie sabe que Marta no es Marta. En su ciudad de antes perdieron la pista a aquella mujer que ya ni siquiera se llama igual. Sus alrededores de ahora creen que ella es y que nunca fue, que vive aquí porque es de aquí, que cuando su hijo era un bebé ya se llamaba como se llama o que su novio de hoy es su pareja de siempre.
Pero Marta, apurando la salsa del horno, tiene una historia, una vida que no contar. «He tenido que dejar mi casa, mi gente, mi ciudad, mi vida y sigo con temor de que me vaya a matar. La única solución es que se muera, porque yo no soy yo».
Fuente El Mundo

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