La sociedad británica ha seguido con estupor las revelaciones de dos casos judiciales en los que en apenas un mes han quedado en libertad dos padres que acabaron con la vida de sus respectivos hijos: Jacob Wragg, de diez años, que sufría una enfermedad degenerativa, y Patrick Markcrow, de 36, que padecía síndrome de Down.
El pasado lunes, una juez de Londres dejó en suspenso la condena de dos años de cárcel contra el ex soldado de las SAS (las fuerzas especiales británicas) Andrew Wragg, de 38 años, quien ya no deberá ingresar en prisión. La sentencia no encuentra justificable el asesinato por compasión, sino que considera que Wragg actuó en estado de enajenación, después de haber bebido en un pub cuatro pintas de cerveza y dos vodkas dobles, y abrumado por los continuos problemas con su esposa y la dura experiencia de su servicio en Irak como agente privado. La juez estimó que Wragg creía actuar por el bien de su hijo Jacob, víctima del síndrome de Hunter, que le había dejado sordo, mudo y en estado vegetativo irreversible.
Después de temporadas fuera de casa, unas profesionales, como su estancia en Irak, y otras por problemas maritales con Mary, entonces su esposa y madre de Jacob, Wragg volvió unos meses al domicilio familiar y decidió acabar con la vida del pequeño porque aseguraba ver en sus ojos el sufrimiento y su deseo de morir.
El pasado mes de noviembre, un tribunal de Oxford también dejó en suspenso una sentencia de dos años de prisión contra Wendolyn Markcrow, de 67 años, después de considerar que la mujer se encontraba bajo «extrema presión» por el cuidado que debía prestar a su hijo de 36 años con síndrome de Down. Después de algún intento de suicidio con un cuchillo, la madre prodeció a dar muerte a Patrick, aprovechando un momento en que estaba sedado. Wendolyn le cubrió la cabeza con una bolsa de plástico hasta que su hijo murió por asfixia.
Tras su detención, la mujer reconoció encontrarse «aterrada y avergonzada» por haber terminado con la vida de su hijo, pero justificó su acción por el hecho de que se encontraba «rota» debido a las noches sin dormir que había tenido en los años de cuidado de Patrick.
Fuente ABC
El pasado lunes, una juez de Londres dejó en suspenso la condena de dos años de cárcel contra el ex soldado de las SAS (las fuerzas especiales británicas) Andrew Wragg, de 38 años, quien ya no deberá ingresar en prisión. La sentencia no encuentra justificable el asesinato por compasión, sino que considera que Wragg actuó en estado de enajenación, después de haber bebido en un pub cuatro pintas de cerveza y dos vodkas dobles, y abrumado por los continuos problemas con su esposa y la dura experiencia de su servicio en Irak como agente privado. La juez estimó que Wragg creía actuar por el bien de su hijo Jacob, víctima del síndrome de Hunter, que le había dejado sordo, mudo y en estado vegetativo irreversible.
Después de temporadas fuera de casa, unas profesionales, como su estancia en Irak, y otras por problemas maritales con Mary, entonces su esposa y madre de Jacob, Wragg volvió unos meses al domicilio familiar y decidió acabar con la vida del pequeño porque aseguraba ver en sus ojos el sufrimiento y su deseo de morir.
El pasado mes de noviembre, un tribunal de Oxford también dejó en suspenso una sentencia de dos años de prisión contra Wendolyn Markcrow, de 67 años, después de considerar que la mujer se encontraba bajo «extrema presión» por el cuidado que debía prestar a su hijo de 36 años con síndrome de Down. Después de algún intento de suicidio con un cuchillo, la madre prodeció a dar muerte a Patrick, aprovechando un momento en que estaba sedado. Wendolyn le cubrió la cabeza con una bolsa de plástico hasta que su hijo murió por asfixia.
Tras su detención, la mujer reconoció encontrarse «aterrada y avergonzada» por haber terminado con la vida de su hijo, pero justificó su acción por el hecho de que se encontraba «rota» debido a las noches sin dormir que había tenido en los años de cuidado de Patrick.
Fuente ABC
No hay comentarios:
Publicar un comentario